Peces Angeles

 

Jalando aire Ana llamo a Gustavo, le llamo con la intención de contarle la reacción de sus padres a la noticia de su promoción a su nuevo puesto. Esta, no le cayó nada bien a su padre quien no dijo nada, pero no pudo evitar fruncir el ceño cuando escucho la noticia en medio del desayuno. Se levantó de su silla y se fue azotando la puerta.

Unas semanas antes Ana se había postulado a una oportunidad de crecimiento en la empresa en la que labora que implicaba mudarse a la ciudad de Monterrey. Llevaba tres años desempeñándose como Coordinadora de logística. Tenía hambre de crecer al interior de la organización que no dudo en decir si cuando le ofrecieron ser la gerente de la zona norte, aunque eso implicase mudarse a otra ciudad y dejar el hogar.

Ana y Gustavo llevaban saliendo un par de meses, no obstante, se conocían desde hace dos años, ambos trabajaban en la misma empresa, él desde la heroica ciudad de Puebla y ella desde la hermosa ciudad de Guadalajara. Empezaron a verse cada vez que coincidían en la ciudad de México por temas de trabajo, al inicio solo era una cerveza al salir de la oficina, con el tiempo pasaron a ir a cenar al Macelleria Roma, un restaurante italiano ubicado en una casa antigua de la colonia Roma. La pasta del capo era el platillo favorito de Ana, acompañado de una Big Limoncello con Vodka. Al principio para Gustavo, Ana era una compañera de trabajo más, hasta que una noche que no tenía nada que hacer y cambiaba constantemente el canal del televisor, se vio observando el techo de su recamara intentando dormir, pensaba en ella, en su rostro blanco y pecoso emitiendo una ligera sonrisa.

Ana era una extraña combinación de caos y perfeccionismo, para algunas cosas era súper despistada y para otras extremadamente obsesiva, y eso volvía loco a Gustavo.

Un vacío en el estómago y una presión en el pecho sintió Gustavo cuando Ana le comunico que se iría a vivir a Monterrey, estaba enamorado y no la quería perder, así que le propuso irse a vivir juntos. Sin pensarlo demasiado Ana se abalanzo sobre él y se fundieron en un beso que parecía no tendría final.

En Monterrey rentaron un departamento tipo loft, así que cuando Gustavo estaba cocinando podía observar a Ana conectada a la computadora y contestando mensajes de su jefe a través del celular. Al principio pensó que era mientras se adaptaba a su nuevo puesto que implicaba mayores responsabilidades, sin embargo, pasaron los meses y seguía haciendo lo mismo; llegar a casa y seguir trabajando. Ana se veía fatigada y se irritaba por cosas tan sencillas como un tenedor sucio o comida en la tarja.

 Una noche que Gustavo ya no aguanto más se acercó despacio y sin prisa a la mesa donde se encontraba Ana trabajando y lentamente cerro la computadora al mismo tiempo que con los ojos enviaba el mensaje de que la cena ya estaba lista; la reacción de Ana fue exageradamente violenta, como un volcán en erupción, ardió Troya. Se levantó de abrupto y le arrojo el celular que afortunadamente Gustavo logro esquivar, el celular fue a estampase sobre la pared destruyéndolo y dejando una marca.

Ana continúo acostándose tarde, dormía poco, se la pasaba con los ojos pelones moviéndose de un lado a otro. Preocupado, Gustavo le preguntaba que, si encontraba bien, que, si sentía mal; Ana respondía que solo estaba pensando en los pendientes del día siguiente y se volteaba dándole la espalda. Se preocupaba demasiado por cosas que aún no sucedían.

Cuando el insomnio se apodero de Ana llamo a su madre, lloriqueando le conto que se sentía mal, que estaba durmiendo muy poco, a lo que esta, como madre nacida a mediados del siglo veinte le recomendó tomar té de valeriana antes de dormir. Desde el baño Gustavo escuchaba la conversación, se lamentaba por no poder apoyar más a la mujer que ama.

Ana continúo trabajando mucho y durmiendo poco, la fatiga hizo que la vida sexual disminuyera a nada, Gustavo encontró en la pornografía una fiel compañera.

Los resultados de Ana en el trabajo eran excelentes y sobresalientes, recibía reconocimiento de sus jefes. Lo cual no era de sorprenderse, Ana era dedicada, constante y ordenada. En la oficina todo era felicidad, pero solo ella sabe lo que sentía al llegar a casa, cada quien sabe lo que sucede de la puerta hacia adentro.

Seguían corriendo los días y Ana ya casi no tenía uñas de tanto mordérselas, seguía intranquila, Gustavo trato de hacer de su hogar un lugar más placentero, coloco bombillas que emiten luz tenue y cálida, ponía música con sonidos de agua fluyendo y compro una pecera de cristal con peces ángeles, tres hermosos peces de colores fluorescentes que nadaban lentamente.

Una noche fría de domingo en que una ligera agua nieve caía del cielo negro, Ana tuvo una crisis, por la mañana tendría una junta con su jefe para hablar de los resultados de la última auditoria, habían descubierto falta de disciplina para apegarse a las rutas asignadas y eso hacía que hubiese paradas no justificadas durante los procesos de entrega que elevaba los costos de transporte. A pesar del frio que hacía, ella sudaba. Se llevó las manos a la parte alta de su pecho, a su corazón, el dolor era tan intenso que se dobló y cayó al piso, el aire le faltaba, sentía un hormigueo y los dedos los tenía dormidos. Estaba experimentando un ataque de pánico. Gustavo la cargo, la introdujo al coche y la llevo a la clínica San Bernabé, la más cercana. Con ansiolíticos Ana fue tranquilizada y se quedó en observación cuarenta y ocho horas.

 Al salir Ana estaba tan delgada que se le notaban los huesos de la clavícula y los nervios de la quijada estaban destruidos. Por preinscripción medica Ana solicito vacaciones, El medico recomendó evitar la cafeína y el alcohol. Cuando estuvo estable, Gustavo decidió hablar con ella, la invito a tomar asiento en el sillón grande y mientras se tomaban una cerveza le hizo saber que no estaba dispuesto a seguir así, que si realmente deseaba que siguieran juntos tendría que bajarle a la carga de trabajo e incluso buscarse uno de menor responsabilidad. Ana tomo de mala manera estas peticiones de su aun pareja, lo tomo como un atentado terrorista a su proyección profesional y eso no lo iba a permitir. Después de unos minutos gritándose improperios Ana toma las llaves del coche y se arrancó a hacia rumbo desconocido; llorando y en medio de una crisis de ansiedad conduce por la avenida Constitución, una calle que aún no domina, que no conoce y entonces se da cuenta que se acaba de pasar un retorno e intenta orillarse sin espejear, una camioneta golpea el lado derecho de su coche a la altura de la puerta trasera y la arroja hacia el lecho del Rio Santa Catarina dando tres vueltas y quedando llantas arriba. Mientras tanto en el departamento Gustavo hace maletas, va colocando la ropa lentamente para alargar más el hecho de que la relación con Ana esta fracturada, constantemente voltea a la puerta esperando que entre, pero lo que sucede es que su teléfono suena, una y otra vez, y dos segundos después de contestar deja caer el teléfono y se echa a llorar mientras sujeta en sus manos una fotografía que se habían tomado el aeropuerto internacional Miguel Hidalgo y Costilla de la ciudad de Guadalajara antes de abordar el avión hacia Monterrey, en la parte trasera de la fotografía se lee “Por una nueva vida juntos” .     

 

 

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