La tía metiche

 

 

 

Mi rostro se llenó de satisfacción cuando mi ginecólogo me confirmó que estaba embarazada, he deseado este momento desde que me case con Edgar, tengo treinta seis años y estoy reventada de que mi familia me esté preguntando que para cuando él bebe. Los días posteriores transcurrieron con normalidad, me sentía fatigada, y las clásicas náuseas y los vómitos mañaneros se hacían presentes. Estaba emocionada por ver juguetes en el piso y escuchar el llanto por las noches, mis primas me decían que no es tan agradable levantarse en la madrugada, pero yo tenía esa ilusión. Cuando le di la noticia a Edgar su rostro se puso pálido, no sé si porque lo tomo por sorpresa o porque la noticia no le agrado, la tristeza se apodero de mi cuando me abrazo después de cinco minutos de haberle dicho. Se había quedado pasmado. El proceso de gestación avanzaba, lo exámenes ecográficos y los monitoreos cardiacos fetales me daban tranquilidad. Sin embargo, el ginecólogo observó que los órganos principales del bebe no se estaban desarrollando de acuerdo a lo esperado, me dijo que realizaría una amniocentesis para determinar la madurez de los pulmones. Unos días después me informa que es muy probable que él bebe no se logre y que hay que estar preparados para inducir el trabajo de parto o en su caso cesárea. Me insinúo un aborto, a lo que respondí con el rostro rojo de coraje que eso jamás. Edgar y yo decidimos no comunicar nada a nuestras familias. Mi abdomen seguía creciendo y me preparaba para recibir a Ángela, al mismo tiempo que tomo fuerzas de donde sea para pintar una recamara color rosa y comprar una cuna y un ataúd pequeño para recién nacido. Ángela nació pesando y midiendo por debajo de los indicadores normales, con lágrimas en mis ojos tuve la oportunidad de tenerla sobre mi pecho unos segundos antes de ser llevada a la incubadora.

Cuando Alejandra me dijo que estaba embarazada sentí como la sangre se me bajaba al piso, no sé si me puse amarillo o azul, de lo que si estoy seguro es que sentí una punzada en el estómago, como si fuera colitis; no es que no me emocionara ser padre, es un tema que habíamos platicado tomando en cuenta la edad de ambos, solo que había estado pasando por unos problemas en el trabajo y estaba considerando cambiar de empleo, así que el embarazo detenía este cambio. Me encontraba inquieto, como distraído, me enferme de un ligero resfriado que hizo que me quedara en cama un par de días con fiebre por encima de los 37 grados. Me fue imposible acompañar a Alejandra en todos sus chequeos, me reclamo que no estuve con ella el día que el médico le dijo que probablemente la beba naciera con algunas complicaciones, a mí me sorprendía su fuerza para mantenerse en pie con una firmeza impecable. No me había caído el veinte de lo que estaba viviendo hasta que me vi comprando un ataúd, era un dolor desgarrador que había estado ocultando por semanas. Planificar un funeral para un hijo es una tortura, hacerlo para un hijo que no ha nacido y que no has tenido la dicha de verlo crecer y tenerlo en tus brazos, es el doble de terrorífico.

Nunca voy a olvidar el día que me avisaron que habías fallecido, me quebré al instante y comencé a llorar como un acto natural del dolor que sentí, bien dicen que lo duro se rompe más fácil. La tristeza por tu muerte hizo que me quedara en cama por semanas, la comida se volvió mi enemiga y adelgace lo suficiente para parecer un esqueleto. Me sentía atemorizada, como si alguien me quisiera hacer daño, tenía miedo de que algo terrible me pasara. Mi madre se pasaba el día entero junto a mi cama, sentada en una mecedora tejiendo chambritas mientras mi mirada se quedaba viendo al oeste. Como pude estuve en el funeral, Edgar me tomaba de la mano, lloriqueando y moqueando les pedimos disculpas a nuestras familias por no haber compartido lo que estaba sucediendo, pero que era una decisión tomada por ambos en la intimidad. Constantemente tenia pensamientos sobre las circunstancias de tu muerte, la culpa taladraba mi mente, me castigaba a mí misma: tal vez si me hubiera alimentado mejor, si hubiera dejado de fumar con más tiempo de anticipación, que, si mi edad ya no me daba para embarazarme; a veces despierto deseando haber muerto yo en tu lugar mi pequeña Ángela. Por las noches me despertaba sudando frio, no sé si eran pesadillas o alucinaciones, pero escuchaba tu llanto. Al pasar un mes, Edgar me empezó a tocar de nuevo, a lo que yo no respondía como él deseaba, volteaba con él y mi mirada era suficiente para decirle que no siguiera, no me excitaba con nada; estoy casi segura que tuvo una aventura con una compañera de trabajo, pero la verdad no me importaba.

 Empecé a beber más de lo normal, llegaba a casa después de la media noche, con los ojos dilatados y sudor frio en la frente. El alcohol se había vuelto mi válvula de escape. Perdí mi empleo y empecé a vivir solo, la ansiedad y la depresión se volvieron mis acompañantes, no había día que no sintiera como mis piernas caían de un escalón. Bebía por las noches y dormía en el día, si es que podía. La muerte de Ángela había trastocado cada rincón de mi vida, en seis meses perdí a mi hija, mi esposa, mi empleo, mi casa; a veces me preguntaba si valía la pena seguir viviendo.  Se supone que tendría que ser fuerte y mantenerme firme, pero no podía, me sentía fatigado.

Han pasado dos años y por fin he vuelto a trabajar, ingrese a una agencia de publicidad. Edgar y yo nos divorciamos un año después del fallecimiento de Ángela, nos fue muy difícil estar juntos después de tan semejante tragedia. Poco a poco fui recuperando las ganas de vivir, ya estaba mas llenita, ya no estaba tan demacrada y fui recuperando el color de mi piel. Mi amiga Martha me llevo a comprar ropa nueva y eso me dio energía, aunque no niego que hay noches en que el recuerdo de lo vivido hace que me levante súbitamente. Mi tía Tere, la que se ha divorciado un par de veces ya no me molesta preguntándome que para cuando él bebe, ahora me molesta preguntándome que para cuando el otro marido, a lo que yo le contesto: me recomienda volver a casarme, y me responde que no, entonces le digo que no esté fastidiando.

    

 

 

     

 

 

 

 

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