Vivo lo que permito

 

 

 

Antonieta sale corriendo de su casa como cada día, levantarse temprano nunca fue su fuerte, se dirige a su trabajo del otro lado de la ciudad, en el almacén de un pequeño restaurante, ella se encarga del área de compras. Sale afligida por los 39 grados de temperatura de su hija más pequeña; constantemente se va a trabajar preguntándose si estará haciendo lo correcto, le taladra su mente el pensar si solicitarle el divorcio a su marido fue una buena decisión; después de encontrarle fotos y mensajes de otra mujer y no decir nada, un día ya no tolero más y le hizo saber que sabía lo de la otra mujer, él no lo negó, solo se quedó en silencio y agacho la cabeza.

-       Acaso estaré exagerando, tal vez solo sea una cosa sin importancia; no, si realmente quisiera arreglar las cosas me hubiera dicho algo, hubiera tratado de explicarme, pero no, se quedó callado, se hizo del delito, maldito infeliz, como fue capaz de hacer eso, tiene cuarenta años, como se le ocurre andar con una joven de veinticinco; porque no mejor me dijo que ya no quería estar conmigo, o si lo hizo y no me di cuenta, y si fue porque cuando empecé a trabajar pasaba mucho tiempo afuera, en la calle, no, no puede ser eso, me estoy engañando a mí misma.

Antonieta continúo conduciendo por las calles de la ciudad, con lágrimas en los ojos y moqueando recuerda los momentos felices en su matrimonio de casi nueve años. La película de su vida matrimonial transcurre entre el día en que conoció a su marido, el día de su boda y el nacimiento de sus hijas. El llanto es tan intenso que se pasa algunos rojos por el estado confuso y desorganizado en el que se encuentra.

Ya, tengo que calmarme, no puedo llegar así a la oficina, mañana hablare con el abogado y seguiré con el plan, no puedo echarme para atrás, que ejemplo le estaré dando a mis hijas si permito que su padre me falte el respeto así, no quiero que crezcan pensando que es normal el que un hombre sea infiel y menos quiero que piensen que es normal que como esposa solo podemos cerrar los ojos y continuar como si nada.

Ya finiquitado el divorcio, luego de que se organizaron en temas sobre la custodia de las niñas, la agenda de visitas y el manejo del dinero. Antonieta recorre el camino tortuoso de ser una mujer divorciada en una sociedad con doble moral. Además de vivir el duelo, que la mantenía en insomnio y sin apetito por la separación del hombre a quien un día le prometió amor eterno, también enfrentaba una lucha consigo misma, confundida con sus nuevos roles; ser padre, madre, ama de casa y proveedora la carcomía por dentro. Su situación se agravaba con su familia, las peleas con su madre quien concibe un inflexible modelo tradicional de la familia, le reprocha su decisión, le hace saber que, si tan solo se hubiera quedado callada, otro cantar aconteciera.

El trabajo rutinario y mal pagado, así como lo pobre de su vida social después del divorcio, hizo que Antonieta encontrara en la soledad un espacio de reposo, en el cual pudo generar ideas para nuevos proyectos. Encontró en el trabajo una condición para volver a confiar. Empezó a ocuparse de sí misma, mas allá de las demandas de quienes estaban a su alrededor y a quienes siempre complacía para sentirse valorada. 

Antonieta continúo trabajando en el restaurante un par de años más, antes de dar inicio a su negocio de venta de comida casera, primero entre sus vecinos y luego en la nave industrial que se encontraba a unas calles de su casa. aunque tuvo un par de pretendientes después de su divorcio, esta decidió dedicar su vida a sus hijas.

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